The Thing in the Moonlight by H. P. Lovecraft

Morgan is not a literary man; in fact he cannot speak English with any degree of coherency. That is what makes me wonder about the words he wrote, though others have laughed.

He was alone the evening it happened. Suddenly an unconquerable urge to write came over him, and taking pen in hand he wrote the following:

My name is Howard Phillips. I live at 66 College Street, in Providence, Rhode Island. On November 24, 1927--for I know not even what the year may be now--, I fell asleep and dreamed, since when I have been unable to awaken.

My dream began in a dank, reed-choked marsh that lay under a gray autumn sky, with a rugged cliff of lichen-crusted stone rising to the north. Impelled by some obscure quest, I ascended a rift or cleft in this beetling precipice, noting as I did so the black mouths of many fearsome burrows extending from both walls into the depths of the stony plateau.

At several points the passage was roofed over by the choking of the upper parts of the narrow fissure; these places being exceeding dark, and forbidding the perception of such burrows as may have existed there. In one such dark space I felt conscious of a singular accession of fright, as if some subtle and bodiless emanation from the abyss were engulfing my spirit; but the blackness was too great for me to perceive the source of my alarm.

At length I emerged upon a tableland of moss-grown rock and scanty soil, lit by a faint moonlight which had replaced the expiring orb of day. Casting my eyes about, I beheld no living object; but was sensible of a very peculiar stirring far below me, amongst the whispering rushes of the pestilential swamp I had lately quitted.

After walking for some distance, I encountered the rusty tracks of a street railway, and the worm-eaten poles which still held the limp and sagging trolley wire. Following this line, I soon came upon a yellow, vestibuled car numbered 1852--of a plain, double-trucked type common from 1900 to 1910. It was untenanted, but evidently ready to start; the trolley being on the wire and the air-brake now and then throbbing beneath the floor. I boarded it and looked vainly about for the light switch--noting as I did so the absence of the controller handle, which thus implied the brief absence of the motorman. Then I sat down in one of the cross seats of the vehicle. Presently I heard a swishing in the sparse grass toward the left, and saw the dark forms of two men looming up in the moonlight. They had the regulation caps of a railway company, and I could not doubt but that they were conductor and motorman. Then one of them sniffed with singular sharpness, and raised his face to howl to the moon. The other dropped on all fours to run toward the car.

I leaped up at once and raced madly out of that car and across endless leagues of plateau till exhaustion forced me to stop--doing this not because the conductor had dropped on all fours, but because the face of the motorman was a mere white cone tapering to one blood-red-tentacle...

I was aware that I only dreamed, but the very awareness was not pleasant. Since that fearful night, I have prayed only for awakening--it has not come!

Instead I have found myself an inhabitant of this terrible dream-world! That first night gave way to dawn, and I wandered aimlessly over the lonely swamp-lands. When night came, I still wandered, hoping for awakening. But suddenly I parted the weeds and saw before me the ancient railway car--and to one side a cone-faced thing lifted its head and in the streaming moonlight howled strangely!

It has been the same each day. Night takes me always to that place of horror. I have tried not moving, with the coming of nightfall, but I must walk in my slumber, for always I awaken with the thing of dread howling before me in the pale moonlight, and I turn and flee madly.

God! when will I awaken?

That is what Morgan wrote. I would go to 66 College Street in Providence, but I fear for what I might find there.

El ser bajo la luz de la luna - H.P. Lovecraft

Morgan no es hombre de letras; de hecho, su inglés carece del más mínimo grado de coherencia. Por eso me tienen maravillado las palabras que escribió, aunque otros se han reído.

Estaba sólo la noche en que ocurrió. De repente lo acometieron unos deseos incontenibles de escribir, y tomando la pluma redactó lo siguiente:

«Me llamo Howard Phillips. Vivo en la Calle College, 66, Providence, Rhode Island. El 24 de noviembre de 1927 -no sé siquiera en qué año estamos- me quedé dormido y tuve un sueño; y desde entonces me ha sido imposible despertar.

»Mi sueño empezó en un paraje húmedo, pantanoso y cubierto de cañas, bajo un cielo gris y otoñal, con un abrupto acantilado de roca cubierta de líquenes, al norte. Impulsado por una vaga curiosidad, subí por una grieta o hendidura de dicho precipicio, observando entonces que a uno y otro lado de las paredes se abrían las negras bocas de numerosas madrigueras que se adentraban en las profundidades de la meseta rocosa.

»En varios lugares, el paso estaba techado por el estrechamiento de la parte superior de la angosta fisura; en dichos lugares, la oscuridad era extraordinaria, y no se distinguían las madrigueras que pudiese haber allí. En uno de esos tramos oscuros me asaltó un miedo tremendo, como si una emanación incorpórea y sutil de los abismos tomara posesión de mi espíritu; pero la negrura era demasiado densa para descubrir la fuente de mi alarma.

»Por último, salí a una meseta cubierta de roca musgosa y escasa tierra, iluminada por una débil luna que había reemplazado al agonizante orbe del día. Miré a mi alrededor y no vi a ningún ser viviente; sin embargo, percibí una agitación extraña muy por debajo de mí, entre los juncos susurrantes de la ciénaga pestilente que hacía poco había abandonado.

»Después de caminar un trecho, me topé con unas vías herrumbrosas de tranvía, y con postes carcomidos que aún sostenían el cable fláccido y combado del trole. Siguiendo por estas vías, llegué en seguida a un coche amarillo que ostentaba el número 1852, con fuelle de acoplamiento, del tipo de doble vagón, en boga entre 1900 y 1910. Estaba vacío, aunque evidentemente a punto de arrancar; tenía el trole pegado al cable y el freno de aire resoplaba de cuando en cuando bajo el piso del vagón. Me subí a él, y miré en vano a mi alrededor tratando de descubrir un interruptor de la luz..., entonces noté la ausencia de la palanca de mando, lo que indicaba que no estaba el conductor. Me senté en uno de los asientos transversales. A continuación oí crujir la yerba escasa por el lado de la izquierda, y vi las siluetas oscuras de dos hombres que se recortaban a la luz de la luna. Llevaban las gorras reglamentarias de la compañía, y comprendí que eran el cobrador y el conductor. Entonces, uno de ellos olfateó el aire aspirando con fuerza, y levantó el rostro para aullar a la luna. El otro se echó a cuatro patas dispuesto a correr hacia el coche.

»Me levanté de un salto, salí frenéticamente del coche y corrí leguas y leguas por la meseta, hasta que el cansancio me obligó a detenerme... Huí, no porque el cobrador se echara a cuatro patas, sino porque el rostro del conductor era un mero cono blanco que se estrechaba formando un tentáculo rojo como la sangre.

»Me di cuenta de que había sido sólo un sueño; sin embargo, no por ello me resultó agradable.

»Desde esa noche espantosa lo único que pido es despertar..., ¡pero aún no ha podido ser!

»¡Al contrario, he descubierto que soy un habitante de este terrible mundo onírico! Aquella primera noche dejó paso al amanecer, y vagué sin rumbo por las solitarias tierras pantanosas. Cuando llegó la noche aún seguía vagando, esperando despertar. Pero de repente aparté la maleza y vi ante mí el viejo tranvía... ¡A su lado había un ser de rostro cónico que alzaba la cabeza y aullaba extrañamente a la luz de la luna! »Todos los días sucede lo mismo. La noche me coge como siempre en ese lugar de horror. He intentado no moverme cuando sale la luna, pero debo caminar en mis sueños, porque despierto con el ser aterrador aullando ante mí a la pálida luna; entonces doy media vuelta, y echo a correr desenfrenadamente.

»¡Dios mío! ¿Cuándo despertaré?»

Eso es lo que Morgan escribió. Quisiera ir al 66 de la Calle College de Providence; pero tengo miedo de lo que pueda encontrar allí.

FIN